Me llamó la atención, ayer mismo… un hombre de raza negra y acento africano, unos 50 años, clavadito a Kofi Annan, toma asiento junto a mí, no detrás sino a mi lado, y comienza a hablar de su estancia en Londres, antes incluso de indicarme el destino, “qué caro todo ahí, joder, joder, los almacenes Harrods, un reloj muy bonito 2000 libras, y entro en un pub y no tienen cerveza sin alcohol, joder, joder, allí la llaman free, pero no tienen, y me pusieron una con alcohol que parece más suave que la española, pero sube más deprisa, joder, joder”. Me habló del último partido del Barça “ya no juega tan bien como la temporada pasada, joder, joder” y de lo bien que se circula por Madrid en esta época del año. El trayecto del aeropuerto a Atocha duró unos 20 minutos que utilizamos para hacernos íntimos. Al contrastar sus palabras con el color de su piel me acordé de unos versos de ese gran poeta que es Lichis: “Qué bonito el mar, cuando lo miro a tu lado olvido las pateras, las mareas negras, los alijos incautados”.
Me resisto a creer en esa diferencia hipotética entre ciudadanos de primera y de segunda. Un “negro” me trajo noticias de Londres, y no llegó a Madrid en cayuco, sino en la British, y se sentó a mi lado, mucho más cerca que esos blanquitos estirados que no sabrían por dónde mirarme si no tuvieran hombros. Creo en la mezcla de culturas y de razas como única forma de conseguir conocer en primera persona el mundo que nos rodea. El que nace negro odia al blanco, el que nace blanco odia al negro, ¿somos gilipollas?. ¿Y si alguien naciera blanco y ciego y le aseguraran que es negro odiaría a los blancos?. ¿Seríamos capaces de odiarnos a nosotros mismos por culpa de un simple error de forma?. Joder, joder.
Al llegar a nuestro destino Kofi Annan me dio la mano y me dijo: “Los taxistas de Londres ni siquiera te ayudan a sacar las maletas del maletero. Lo abren y las sacas tú. Joder, joder”. Me pagó y se marchó arrastrando su carrito. Buen viaje, amigo.