Para llamar la atención del taxista el ciego suele llevar un cartel donde figura la palabra TAXI. Entonces te detienes a su altura, te bajas y le ayudas a montarse. Casi siempre los ciegos conocen mucho mejor que el taxista el camino a su casa, o a la oficina; o al menos con mayor detalle.
El otro día, al montarse un ciego por el procedimiento indicado, me sugirió un itinerario concreto y detallado para alcanzar su destino, con las calles por las que teníamos que pasar. Creí haberme quedado con todo, y le llevé según lo indicado cuando en uno de los giros me dijo: “¿Por qué ha girado por Pío XII en lugar de tomar la Cuesta del Sagrado Corazón?. Pese a la palidez del momento pude decirle a tiempo que había demasiado tráfico…
– Tiene usted razón, a estas horas muchos conductores optan por acceder a Arturo Soria a través de la Cuesta del Sagrado Corazón.
Pasado el trago y pocos metros antes de alcanzar su destino, le pregunto por el número de la calle.
– El 52 está justo bajo un cartel grande y verde de FARMACIA, y a la derecha del balcón decorado con plantas enredaderas. Si me hace el favor, deténgase entre los cubos de basura y la farola.
– (…).
No es ciego quien no puede ver, sino quien no mira. He podido pasar veinte veces por esa calle y jamás me había fijado en aquel balcón decorado con plantas enredaderas.
Mucho nos queda por aprender del punto de vista de un ciego.