Un conductor obtuso (que no era yo), al saltarse el semáforo de marras, me obligó a frenar con furia (y con dolor de ruedas) hasta clavarme a escasos centímetros de su puerta.
– Gracias a Dios no hemos chocado – me dijo el usuario.
– Dios no ha tenido nada que ver. Ha sido gracias a mí, caballero; o bien, gracias a la firme (y contundente) presión de mi pie derecho sobre el pedal del freno [¡no te jode!]*.
*[Interprétese para los adentros del lector]