Al caer la noche, las farolas de la calle Almagro se convierten en transexuales de tanga (con paquete adjunto), pechos asiliconados, besos de botox y lágrimas por dentro.
Algunos coches circulan despacio movidos por la curiosidad; otros directamente paran, negocian y ceden sus fluidos con la naturalidad de quien bosteza con la boca abierta (y los ojos cerrados).
Sábado noche. Circulo libre por Almagro dejando a mi derecha un surtido número de transexuales que fingen estar dispuestas a todo. Al tomar la plaza de Rubén Darío una de ellas, separada del resto, levanta la mano:
– ¡Taxi!
La inocencia maldita me obliga a frenar. Aprovechando mi ventanilla bajada la transexual (pelo largo y laceo, sostén mínimo, minifalda de de frontal abultado) me dice:
– ¿Podrías llevarme a tu entrepierna, cariño?
Por fortuna, mi colapso mental se tradujo en un fuerte golpe de acelerador, mientras el diablillo que okupa mi hemisferio derecho me repetía con insistencia: “Has vuelto a picar… ¿no aprenderás nunca?”.
…
[Pregunta simpulso: ¿por qué cada vez que escucho la palabra "transexual" me imagino un camión portando artículos eróticos?]